Todo parecía bajo control… hasta que no lo estuvo
El aire vibraba con la energía de miles de almas congregadas. Luces danzantes pintaban el cielo crepuscular y la música palpitaba en el pecho como un segundo corazón colectivo. Era la noche culminante del festival, esa que todos esperaban con ansias. Desde mi posición en el centro de control, la calma tensa era casi palpable. Horas de planificación, incontables reuniones y simulacros parecían converger en este instante.
Conocía a cada miembro de mi equipo por su nombre, sus fortalezas y hasta sus pequeñas manías. Estaba Lucía, la jefa de evacuación, con su mirada serena capaz de calmar el más profundo pánico. Estaba Javier, el experto en flujos de personas, cuyos cálculos parecían casi intuitivos. Éramos un engranaje invisible, trabajando al unísono para garantizar que la fiesta siguiera siendo eso: una celebración.
Pero en la euforia de la multitud, a veces se olvida que la seguridad es un hilo delgado, susceptible de romperse por la más mínima tensión.
Un error pequeño con consecuencias muy reales
Esa noche, la tensión se manifestó en un punto ciego de la planificación: una salida de emergencia señalizada incorrectamente, un error humano en la colocación de un poste indicador. Algo tan pequeño, tan aparentemente insignificante.
El primer indicio fue un murmullo creciente a través de los auriculares. Un pequeño grupo de personas intentando salir por la puerta equivocada, confundidos por la señalización. Al principio, nada alarmante. Un par de indicaciones por megafonía parecían suficientes. Pero la multitud crecía, la impaciencia se contagiaba como la pólvora y el murmullo se convirtió en un clamor.
Cuando la multitud se convierte en presión
Recuerdo la punzada fría en el estómago. Esa sensación visceral que te dice que algo no va bien, que el guion se ha desviado. Vi la preocupación en el rostro de Lucía en las pantallas, su voz elevándose ligeramente mientras intentaba redirigir a la gente. Javier tecleaba frenéticamente en su consola, sus dedos danzando sobre los planos del recinto, buscando soluciones alternativas.
En ese momento, dejé de ser el jefe de seguridad en la pantalla y volví a ser solo Carlos, el tipo que se preocupaba por la gente. Visualicé a las familias con niños pequeños, a los jóvenes disfrutando de su primer gran evento, a los ancianos que habían esperado años para vivir esta experiencia. No eran solo números en un plano; eran personas.
Personas, no solo números: actuar bajo presión
La situación se intensificó rápidamente. La presión de la multitud sobre la salida errónea se hizo peligrosa. El metal de las vallas comenzó a ceder con un quejido ominoso. Fue entonces cuando Lucía tomó una decisión crucial, abriendo una ruta alternativa no prevista inicialmente, guiando a la gente con su voz firme y tranquilizadora. Javier, con una agilidad sorprendente, coordinó al personal para crear un nuevo corredor seguro.
Vi en las cámaras cómo el caos comenzaba a disiparse lentamente, cómo la frustración se convertía en alivio en los rostros. Fue un esfuerzo colectivo, una improvisación bajo presión donde cada segundo contaba.
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Al final, no hubo heridos graves. El incidente se contuvo, la música volvió a sonar, aunque con un eco diferente, un recordatorio silencioso de lo frágil que puede ser la seguridad cuando se descuida el más mínimo detalle.
Lecciones que no caben en un protocolo
Esa noche aprendí una lección que va más allá de los manuales y los protocolos. Aprendí que detrás de cada plan de seguridad hay personas cuidando de personas. Que la verdadera prevención no solo reside en las normas, sino en la empatía, en la capacidad de anticipar el error humano y en la valentía de tomar decisiones difíciles cuando el guion se rompe.
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Y aunque los informes posteriores se centraron en el fallo de señalización, para mí, la verdadera historia fue la de un equipo que, ante la adversidad, recordó que su trabajo no era solo evitar incidentes, sino proteger historias. Porque cada persona en esa multitud tenía una, y nuestra labor era asegurarnos de que pudieran seguir escribiéndola al día siguiente.